México: laico y devoto

10 febrero, 2016 | publicado por:Óscar Tamez Rodríguez

Monumento a Juan Pablo IILa visita papal a México despierta filias y fobias, consensos entre católicos fervientes y disensos con los fanáticos de la politización. Su presencia enfrenta hermanos vs. hermanos, de esto no es responsable, es objeto de quienes ven en todo y todos, un arma para golpear al actual gobierno de EPN.

A partir del 21 de septiembre de 1992, el gobierno de Salinas de Gortari restablece las relaciones diplomáticas de México con el Vaticano. Con ello pone fin a la ruptura iniciada allá por 1861, en la segunda mitad del siglo XIX y refrendada en la Constitución de 1917. La falta de apertura diplomática no impidió la presencia de Juan Pablo II en México en tiempos de los llamados gobiernos revolucionarios, progresistas y laicos.

¿Cómo debe ser recibido Francisco, el Papa? El sumo pontífice es jefe de Estado, el representante de casi un millón de ciudadanos del Estado Vaticano circundado por Italia. Así debe ser recibido por las autoridades mexicanas; ya en el plano de su función teológica debe cambiar de «chamarra» y hablar de la Fe, del amor cristiano, de la entrega espiritual para el reino celestial. Claro, para los católicos creyentes y profesantes.

La figura papal no es un caso común, es un caso similar a los representantes de cualquier Estado teologizado. Similar a algunos estados árabes y al Tíbet. El asunto está en la politización de la sociedad mexicana. La balcanización de quienes todo lo ven en blanco o negro, para quienes todo está bien o mal sin transigir en la medianía que favorece consensos. Esos radicales dispuestos a recibir al Dalai Lama pero no al Papa.

México es una república liberal democrática; por lo antes, sus gobiernos deben ser laicos, no así sus gobernantes. La laicidad debe reflejarse en la actuación del gobernante, no en la intimidad de la persona pública. El valor de los gobiernos laicos radica en la pluriculturalidad de su sociedad y por consiguiente en el respeto a la pluralidad étnica, religiosa y cultural; para ello solamente en un gobierno de religiosidad imparcial.

Por otro lado, la laicidad, la pluralidad religiosa, la imparcialidad teológica de los gobiernos ha costado sangre, sudor y lágrimas al pueblo, ha motivado grandes fratricidios. Romper esta objetividad por parte de los gobernantes es retroceder en el republicanismo liberal mexicano.

Bienvenido el Papa Francisco; que se le reciba como jefe de Estado y que él se comporte como tal. Que se cubran los rigores diplomáticos, de ahí, que se vaya con su grey, que atienda el sentir, el alma, el espíritu, el corazón de quienes profesamos el cristianismo católico.

Que se aleje de la tentación de politizar su visita, que evite los mensajes que vulneren a un amplio sector de la población que creemos en la separación iglesia-estado. Que omita el coqueteo de intervenir en la política interna de México. Eso va contra la diplomacia, contra el principio jurista del respeto al derecho ajeno y contra la base de la fe Cristiana de ponderar el amor a la humanidad.

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