Con frecuencia, algunos políticos se declaran nacionalistas o progresistas, pocos reconocen ser tradicionalistas, como si hacerlo fuera en demérito en su carrera política.
Contextualicemos para evaluar hasta dónde los discursos de los políticos son contradictorios o simple demagogia sin peso de fondo.
En una definición básica de nacionalismo, se puede argumentar que es una concepción política que pondera la cultura, economía y valores de un territorio con identidad común, por sobre otras formas de entender a la sociedad en su conjunto.
Se es nacionalista cuando se antepone la cultura tradicional por sobre las influencias extranjeras. Es nacionalista quien prefiere el impulso a la economía nacional por sobre las globalizaciones.
Los discursos nacionalistas son seductores, invocan el fervor patrio, el amor por lo propio y la riqueza de las tradiciones, se exaltan valores como la identidad nacional, esto unifica en torno a la autoridad pues durante toda la vida se nos educa utilizando la historia como instrumento político.
Así tenemos los discursos sobrecargados de indigenismo, de amor por las culturas originarias y otras expresiones que sirven para ganar adeptos, aunque sean tradicionalismos disfrazados de nacionalismo.
El nacionalismo pocas veces es progresista, es predominantemente tradicionalista, busca preservar rasgos y elementos culturales distintivos los cuales brindan identidad a los grupos sociales.
Los progresistas anteponen el cambio (de cualquier índole) por sobre el denominado statu quo. Para los progresistas todo se basa en el cambio porque es la ruta al progreso.
El progreso implica ruptura o transformaciones radicales; por ejemplo, en lo cultural, los temas de inclusión son elementales en derechos humanos, no pueden esperar a la asimilación de todos, por ello se implementan con frecuencia como cambios de rompimiento con el pasado.
En materia de economía pasa similar, el progreso se representa con una transformación en 180 grados con relación a lo establecido. Para los progresismos no hay valores sociales, axiológicos, cívicos o de otra índole que imperen, si debe implementarse un cambio por el bien del progreso se ejecuta y ya, que se cambien los paradigmas de índole ético.
Los tradicionalismos representan el orden, la permanencia de valores, costumbres y cultura por sobre los cambios, no significa que no existan, sino que estos son controlados, despacio, con moderación.
No existe alguna de estas formas del pensamiento que sea pura o completa. Cuando se presenta es al momento que afloran los radicalismos.
Los radicalismos surgen cuando la intolerancia al diferente se presenta.
Debemos ser cautos con los discursos, entender que los políticos y gobernantes emplean elementos de nacionalismo, progreso o tradicionalismo el fin de manipularnos.
En síntesis, puede haber nacionalismos con progreso o con rasgos de tradicionalismo.
Puede alguien aspirar a ser un progresista, pero siempre habrá rasgos de tradicionalismo en su personalidad, lo ideal es esto, que nuestros políticos conserven equilibrios en las tres formas de organizar a las instituciones de gobierno.
Sería ideal que nuestro mandatario fuera progresista en materia de energía para atreverse a innovar con formas limpias de producir energía. Que fuera nacionalista para impulsar el rescate de los ecosistemas por sobre la explotación petrolera.
Necesita el país de un gobierno con más valores progresistas, nacionalistas y tradicionalistas en servicio del país, pero con menos discursos.
Imagen cortesía: https://www.desdemitrinchera.com/2018/12/04/contra-los-falsos-nacionalismos/
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