Monterrey, NL, a 31 de agosto del 17.
Apreciada señora Sofía,
Distinguida señora, he de compartir con usted la experiencia que viví el pasado 21 de agosto del año en curso cuando al salir de la clase que imparto en la Facultad de Comunicaciones de la UANL, tengo un encuentro con un oso, no un osezno como se han reseñado en otros momentos en los medios de comunicación locales, el encuentro fue con un oso maduro, de dimensiones impresionantes y que al tenerlo a unos cuantos metros de distancia sí infunde respeto, por decir lo menos.
Le comento, salía a eso de las 21:10 horas y en el espacio de contenedores para basura colocado anexo al auditorio polivalente de la Facultad; cuál sería la sorpresa que a un par de metros de la calle, junto a estos contenedores un oso, de aproximadamente 90 centímetros de altura, con un largo que a vista simple, supera el 1.20 metros de largo y que a decir por sus garras y colmillos no se veía muy amistoso que digamos.
Como usted sabe, se nos reconoce como “La ciudad de las montañas”, epíteto que nos debe recordar la flora y sobre todo, la fauna nativa de esta región: pumas, venados, víboras, conejos, jabalíes y por supuesto osos negros.
Nuestra Facultad en comento, como tantos otros inmuebles de la localidad, incluyendo viviendas, se enclava en el cerro mismo, en el sitio donde habitan los animales silvestres de la geografía nuevoleonesa.
Usted sabe y conoce que la expansión urbana nos ha llevado a irrumpir el hábitat de los animales no domésticos, que si bien nos pareciera que ellos vienen a invadirnos, somos nosotros los regiomontanos quienes colonizamos los espacios vitales de ellos.
A esto agregue que la falta de lluvias genera escases en alimento para este tipo de animales por lo que al tener que cohabitar en su territorio con nosotros, los seres humanos, es lógico que en su búsqueda por agua y comida nos visiten en nuestros inmuebles; ese es el caso del avistamiento y encuentro furtivo con el oso negro.
Disculpará mi dislate de no haber explicado porque a esta comunicación le llamo “un oso entre pericos”. No es precisamente porque hubiera una parvada de esas bellas y estruendosas aves en el contexto al momento, que tampoco sería inusual o extraño, pues también son nativas de la fauna norestense.
Un oso entre pericos es un juego de palabras porque el símbolo que distingue a los comunicólogos en la Facultad de Comunicaciones de la UANL es precisamente un perico. Es decir, que los pericos de comunicaciones fueron visitados por un oso.
Debo aclarar que me refiero al oso y no a la osa, porque en el casual encuentro, por evidentes razones vinculadas a sus garras, colmillos y tamaño del animal, no me detuve a cuestionarle su sexualidad. Aunque al siguiente día, los pericos fuimos visitados de nueva cuenta por un oso mayor y un par de oseznos, lo que puede prestarse a inferir que fuera la misma osa de un día anterior y que en su caso corresponda a la mamá de los oseznos; pero esto solo es mera deducción, nada formal o comprobado.
Doña Sofía, del encuentro llego a la conclusión que algo debemos hacer para proteger a las especies nativas y alcanzar la sana convivencia con ellas, quizá sea que aprendamos a coexistir o que respetemos sus hábitat y ellos el territorio que ya les invadimos.
Por lo pronto me despido de Usted, reconociendo que fue una experiencia además de aleccionadora, motivante de la reflexión, de lo frágiles que somos los seres humanos frente a la naturaleza y que ésta siempre reclamará para sí lo que es suyo.
Gracias por aceptar le comparta mi historia personal que ya en este momento es parte de la historia local.
“Escribiendo la historia para el futuro”
Afectuosamente quedo a sus invaluables saberes.
Óscar Tamez Rodríguez
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