El COVID-19 además de la salud física y la economía, trastoca la salud emocional de algunos sectores poblacionales, el grupo de los denominados adultos mayores es sin duda el más golpeado.
Lo primero es definir quién es un adulto mayor, hace décadas se consideraba «viejo» -permitan usar el término, sin intención peyorativa, pues si me va bien, para allá voy- al mayor de 50 años. Mis abuelos, ambos barones, fallecieron con menos de 60 años, recuerdo se decía en sus funerales, afortunadamente ya vivieron. Los estándares de longevidad pasaron a los 60, y actualmente supera los 75 años el promedio de vida de los adultos mayores en México.
Este tema viene a reflexión porque mi amigo e historiador Javier Escamilla Quiroga, me escribe hace días con un texto reenviado que movió la reflexión sobre la salud emocional de quienes debemos estar en arraigo profiláctico. Para el sector salud, tener 60 o más años te incorpora en un grupo de «adulto mayor» y por tanto vulnerable o más susceptible a la rabia del bicho. Todos estamos preocupados por los niños inquietos, pero pocos reflexionan sobre muchos «viejos» quienes de la noche a la mañana no tienen quien los visite, los confinan como si fueran de cristal, les roban sus grupos de lotería, charlas de café, miércoles literarios y otros grupos más donde los temas son lo menos importante, lo relevante es la convivencia. Aquí comparto el texto que recibió Javier Escamilla y el cual me reenvió:
«De golpe a los que somos mayores de 60 años, nos transformaron en una persona anciana, comenzaron a tratarnos como si fueras una persona limitada, a la que hay que ayudar porque sola no puede o no sabe, hay que encerrarlos. De golpe, el mundo se debate si dejarnos encerrados o no, si valemos la pena seguir vivos o no, o, ¡mejor dejarnos morir!, la teoría del descarte le llaman. Los abuelos arriba de 65 son endilgados con el título de «los de más riesgo».
¿Pero qué les pasa? ¿Quién construyó este mundo que ahora viven? Déjennos cuidarnos solos. Nosotros, los que hasta hace media hora [hace semanas, diría para efectos de la fecha en publicación] dirigíamos fábricas, organizaciones, instituciones o éramos profesionales independientes, algunos Médicos de mucha experiencia; nos quieren tratar como que valemos miseria por la edad.
No perdimos ni la razón, ni el juicio, no nos cuiden de manera incorrecta. Consulten con nosotros qué hacer, tenemos sabiduría, experiencia, sentido común, somos quienes hemos producido el capital y todo lo que ustedes tienen, y menos miedo que ustedes, los más jóvenes y, aún más; tenemos valores, moral… ¡sentimos! De la misma manera que un púber de 13 años no se equipara a un joven de 18 y ambos están en diferentes etapas de la adolescencia, una persona de 65 no se equipara a una de 90, siendo ambas personas mayores en edad. No se equivoquen, a nuestra edad, tenemos mucho para enseñar y ustedes mucho que aprender. Ser mayor no es una plaga, es un derecho que nos ganamos con trabajo y el respeto de muchas personas ajenas y aún con más admiración hacia nosotros que ustedes, los que hoy nos tiran al cesto de la ropa sucia. ¡No nos pidan que renunciemos!
No, no vamos a hacernos a un lado, no somos jeringas descartables. Somos la generación que sostiene a los que vienen, sin que les haya costado nada. ¡Valemos! Poseemos sano el orgullo, no vamos a morir por el COVID-19. Tenemos bien puesto el carácter y nuestro sistema inmunológico».
Luego de leer las palabras escritas seguramente por un adulto mayor, es obligación de todos reflexionar que la salud emocional de nuestros «viejos» es tanto o más importante que la salud física, pues de ella depende en mucho, la calidad de vida. Es cierto que al correr de los años, el cuerpo merma en su potencial, pero los viejos de 60 y 70 de hace décadas, en un amplio sector de la población no son los mismos. Hoy tenemos personas de 60 a 75 aprendiendo el manejo de las redes sociales, saliendo al parque a correr, escribiendo libros, viajando.
El «viejo» que a los 60 estaba cancelado hace décadas, hoy tiene proyecto de vida. Que el cuerpo disminuya potencialidad, no implica que el cerebro y el corazón [las emociones] también lo hagan. Hace días escribí sobre el mañana cuándo termine el confinamiento, hoy creo, estamos obligados a comenzar el trabajo con la salud emocional de los «viejos», rescatar su sabiduría, anécdotas, enseñanzas. Desde una receta de cocina hasta la genealogía reciente, entender que no están cancelados sino con vitalidad renovada. Necesitamos a nuestros viejos, más que ellos a nosotros.
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