La cercanía con la elección presidencial 2024 y la posibilidad de que ninguna de las fuerzas políticas en contienda, obtenga el 50% o más de los votos sufragados, abre la discusión sobre una segunda vuelta electoral.
En una democracia pluripartidista como la mexicana en donde hay variedad de opciones y en donde existen al menos, cuatro fuerzas políticas con presencia nacional importante (PAN, PRI, MC y Morena), obliga a inferir que difícilmente una de ellas se alce con la victoria en mayoría absoluta de votos.
La elección 2018 fue sui géneris, salvo Salinas de Gortari, ningún presidente de la etapa con contiendas competidas, alcanzó el 50% más un voto de los emitidos; esto provocaba falta de legitimidad o problemas en la gobernabilidad; el caso del presidente López Obrador es el único gracias a su carisma personal.
Se prevé que el carisma y liderazgo unipersonal del presidente no sea transmitido en su totalidad a su partido y candidata o candidato; esto aleja la posibilidad de un triunfo legitimado de mayoría absoluta.
Pensar en legitimar los procesos es un tema que viene discutiéndose en la democracia mexicana desde tiempo atrás; las opciones más visibles son dos: segunda vuelta electoral o gobiernos de coalición.
Recientemente el PAN pide reforma constitucional para incluir la segunda vuelta electoral en los procesos, difícilmente pasará toda vez que no conviene a la aplanadora de tez morena.
¿Qué le conviene más a la democracia mexicana?, ¿a cuáles partidos beneficia cada opción?
La actual legislación contempla los gobiernos de coalición, se incluyó en la reforma del 2014. El término coalición motiva confusiones porque se piensa es lo mismo que las coaliciones mezquinas que vemos en cada elección.
Si bien una coalición de gobierno comienza con una alianza electoral, su finalidad y profundidad es mayor. Su finalidad es establecer en el convenio donde se coaligan los partidos y otras fuerzas político-electoral los espacios de gobierno y la visión en las políticas públicas estratégicas.
Así, en una coalición, cada partido impone sus proyectos contemplados en los documentos básicos y los cuales son irrenunciables. Al mismo tiempo se establece cuáles espacios de gobierno corresponden a esa fuerza política, de tal forma que se puede cambiar a la persona, pero el espacio es de un determinado partido político.
Los gobiernos de coalición garantizan la gobernabilidad en democracias plurales como la mexicana; aseguran la inclusión en la diversidad y facilitan el tránsito de las reformas en el poder legislativo.
Son la mejor opción porque desde el inicio se definen espacios y proyectos de gobierno, sin sobrevaluación de fuerzas políticas ni chantajes electorales.
La segunda vuelta es una opción postelectoral. Es decir que puede contender un partido o coalición contra otra u otras fuerzas políticas y las dos opciones mejor posicionadas van a un “repechaje”.
En la segunda vuelta la chiquillada se sobrevalora, los mínimos puntos porcentuales que tienen en la elección se cotizan a valor oro porque ahora la meta es ganar uno frente a otro y en esas condiciones, indiscutiblemente uno alcanzará la mayoría absoluta de sufragios.
En otros países, la segunda vuelta ha probado que los votos mercenarios valen más que los votos razonados. Ha demostrado que gana quien mejor cotice en la subasta y no quien tiene la mayor aceptación; es frecuente que gane quien no tenía posibilidades de triunfo.
El tema es profundo, obliga a retomarle en una segunda emisión de Política e Historia. ¿Quién se beneficia con cada opción?
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